08.03.21

Una cultura de desarrollo

Latinoamérica ha sido por demasiado tiempo la eterna promesa. El patio trasero de Estados Unidos, esperando beneficiarse de su cercanía con la primera economía del mundo, y su conexión cultural con el viejo continente. Sin embargo, el sub-continente ha puesto más énfasis en Estado que en el funcionamiento de mercados prósperos, y así, ha defraudado. Aún no es tarde, sólo si se dan los pasos apropiados.

Todo país desarrollado ha necesitado de un buen mercado para construir un buen Estado. Probablemente desde México al sur se ha caído en perseguir lo segundo, sin abordar lo primero. Más aún, sin realmente hablar de empresas cuando se discute de economía. No todo son tratados de libre comercio y regulación. Desarrollar una cultura empresarial e instituciones inclusivas son pasos claves para desarrollar un país. Una economía competitiva que empuje a las empresas a ser mejores, sin ética y un liderazgo apropiado, decantará en organizaciones extractivas que sólo explotarán lo que tengan a su mano. Incluidas las personas.

El desarrollo necesita de más y mejores empresas. Organizaciones que genuinamente creen valor para sus accionistas y para los diferentes grupos de interés alrededor de ellas. Es la diferencia entre una corporación que apuesta por el largo plazo y una que sólo le interesa rentar en el corto. Numerosos estudios demuestran cómo las empresas que son responsables con sus comunidades, clientes y empleados, tiene mayor valoración y gozan de mejores márgenes. Culturas laborales en línea con las estrategias de sus empresas, colaboradores más comprometidos, menor riesgo social y clientes más fieles, son algunos de sus fundamentos.

Así, es como entendemos lo esencial de una renovada cultura empresarial. Ella es la amalgama entre la estrategia y la operación. Son esa serie de reglas tácitas que permiten a todos comportarse de la manera correcta en línea con las prioridades de una organización. “Es eso que pasa cuando el jefe no está”, dicen por ahí. Gestionar a través de la cultura es increíblemente eficiente. De alguna forma se traduce en que todos piensen o vean los problemas desde la óptica de la junta directiva o del director general. Es compartir un criterio o sentido común a la hora de enfrentar problemas y decisiones. Es lo que permiten reaccionar de forma correcta a esas situaciones que no están en el manual.

Evolucionar y crear la cultura correcta, es imposible de lograr sin un gran líder. Me ha tocado presenciar en varias ocasiones cambios culturales y todas tienen en común un fuerte liderazgo. Nuestra herencia antropológica nos recuerda que necesitamos confiar en alguien y cuando muchos confían en una misma persona, reconocemos un lugar común. Ese primer paso de reconocernos como parte de algo, acompañado de un ideario y comportamientos representados en una persona, simplifica la comunicación de una nueva cultura. A su vez, inspira, apela a los sentimientos y a la identidad. Habilita la acción gracias fundamentos mucho más duraderos que un buen argumento. Somos seres sociales, y como tales, respondemos mejor al sentido de pertenencia, que a una prueba lógica para modificar nuestro comportamiento. En ese transito, un líder hace la diferencia.

Una cultura que pone a las personas al centro, es sin duda una ventaja competitiva a desarrollar. En un mercado laboral que de forma gradual está entrando en una crisis de talento, es la forma de atraer a los mejores y también de retenerlos. Una cultura no se puede robar, ni tampoco copiar. Mientras un competidor puede igualar precios y estrategias, pocas cosas son tan fundamentales e imposibles de imitar como un equipo eficiente y motivado. Los protocolos sin duda son importantes, pero sin una cultura que les de sentido y los complemente, son simplemente un paso a paso sin épica. La estrategia es el norte, la operación el vehículo y la cultura lo que reacciona frente a cada imprevisto… y sabemos cuantos de ellos nos esperan.

Una buena cultura empresarial es lo que logrará crear valor compartido, dejando atrás las prácticas extractivas. Es lo que permitirá a miles de empresas desempeñarse mejor, junto con desarrollar mercados y comunidades.

Latinoamérica tiene una oportunidad que pasa por construir una cultura empresarial y un mercado más inclusivo. De liderar un cambio donde mejores empresas sean un vehículo de prosperidad para todos.

Sobre el autor invitado

Tomás Sánchez Valenzuela es autor del libro Public Inc, la evolución de la empresa y su rol en la sociedad. Es ingeniero comercial de la Universidad Católica de Chile, quien ha dedicado su carrera a promover la innovación, el emprendimiento y desarrollo empresarial. La creación del área de Innovación en Ultramar el año 2009 lo llevó a ser reconocido como uno de los “jóvenes exitosos” por el Diario Financiero en 2011, y contribuir a que su compañía ganara el segundo lugar dentro de las empresas más innovadoras de Chile en 2013. Desde entonces, emprendió durante un año en Shanghai, para luego fundar Alma Suite, la plataforma que potencia la colaboración y productividad en empresas que fue reconocida como el “Emprendimiento más disruptivo» por la Asociación de Emprendedores de Chile (ASECH), y como el «Emprendimiento del año» por los lectores de Diario Financiero en 2015. En paralelo, se desempeñó como profesor de la Pontificia Universidad Católica y como miembro electo del directorio de la ASECH. Posteriormente fue Director de Accenture Digital en Chile. Hoy es columnista en Diario Financiero, miembro del Círculo de Innovación de ICARE, Investigador Asociado de Horizontal, y parte del directorio de Fundación +1000, aportando continuamente al debate público sobre el desarrollo de la empresa y la sociedad. Actualmente se encuentra en Londres Estudiando en Políticas Públicas en la London School of Economics.
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